martes, 11 de octubre de 2011

LOS OTROS GRANDES CULPABLES

El desatino de las personas de la Conselleria de Sanitat que plantearon la construcción del Centro de Investigación Príncipe Felipe (CIPF) como si se tratase de otro gran evento mediático se hizo más desatino aún si cabe con los directivos que designaron para estar al frente de la gestión de esta Institución.

Los primeros en hacerse cargo y que más tiempo han estado no procedían ninguno del sector de la investigación biomédica ni de la industria biotecnológica ni siquiera habían asumido responsabilidades de alta dirección real y cualificada. Uno venía de saltar de cargo en cargo político, todos de confianza, y las otras dos venían de despachar con los obreros y proveedores de la construcción de un nombrado circuito de carreras y, anteriormente, una de ellas, de llevar la contabilidad de una inmobiliaria. Sin otra experiencia que la referida, y precisamente por no tener otra distinta, asumieron tan alegremente la llevanza de un Centro que empezaba a manejar montones de millones de euros para gastar. Y así, sin criterio profesional ni rigor alguno, fueron produciendo sus decisiones del día a día.

Era total la ausencia de control serio del quehacer de estos gestores por parte de los encargados de la Conselleria de Sanitat. Nadie les había impuesto de verdad en su gestión objetivos científicos y de crecimiento y sostenibilidad. En consecuencia, esta trinidad, carente de profesionalidad y trayectoria previa para el puesto que le impulsase a trabajar planificada y objetivamente, se dedicó a hacer a la medida de sus limitaciones de conocimiento y experiencia el funcionamiento de esta organización. Y esta circunstancia es clave para entender el vergonzoso y monumental desastre que han dejado tras de sí:
  • Una organización rígida e hipertrofiada: el término "planificar" era demasiado complicado para ellos; el crecimiento de su plantilla y el consiguiente coste de personal estaba absolutamente descontrolado; se contrataba y estabilizaba al personal sin ningún criterio, compulsivamente, por encima de lo necesario, en función de subjetividades, manías, favores,...
  • Cientos de miles de Euros gastados sin ninguna o muy poca utilidad: como no entendían de gestión de proyectos, se metieron en algunos que se desinflaron por el camino, perdiendo el dinero invertido irreversiblemente. Ya mucha gente ha hablado de ellos: las salas blancas (aún nadie sabe para qué se construyeron), un ERP para la gestión del Centro (probablemente, nunca entendieron de qué iba esto y se metieron en el lío porque había que meterse, pero, seguramente, estaban más cómodos con el "Contaplus" que seguían utilizando), etc. 
  • Ineficiencias en el gasto, derivadas de no haberse esforzado lo suficiente en buscar proveedores más económicos, de tener duplicidades en determinados gastos, de mantener un sistema de compras caótico,...
  • Una contabilidad opaca, difícil de entender y, sobre todo, con sus detalles más pequeños perdidos en una maraña de números y desgloses.
  • Una fábrica de papeles inútiles. Llevaron la burocracia administrativa al extremo de lo insoportable, pidiendo papeles y firmas para las gestiones más absurdas e intrascendentes y ocupando a su creciente personal de gestión en en esta labor improductiva.
  • Ningún compromiso de la plantilla con el Centro y todo el mundo peleado. El trato dispensado al personal del Centro era pésimo. Funcionaban con un estilo de mando autoritario, basado en el miedo. A cada Jefe de Laboratorio se le daba un trato distinto según quien fuese la persona, sus amistades y apoyos, no según parámetros objetivos e iguales para todos.
  • Una imagen pública del Centro en el sector patética, reflejo de la que los mismos empleados tenían de su organización.
El trío designado al frente de esta institución cometió todo tipo de tropelías, se arrogó todas las decisiones de gestión, hasta las más pequeñas (no sabían delegar), y se rodearon de algunas amistades y ciertos personajes incompetentes hasta el extremo. Trataban al científico como su enemigo, con desconfianza y escaso respeto. No sabían llevar esta organización. No sabían. Por no interesarles, ni les interesaba su propia formación como gestores, a la que muy poco o nada dedicaron. Simplemente, se trajeron sus métodos y maneras, uno de la política y las otras de la obra, y las aplicaron a este Centro. Tenían el poder, pero sobre todo lo usaron para montar un sistema hermético, aislado, rígido e inmovilista tras el que esconder sus vergüenzas, sus limitaciones profesionales, sus inseguridades, por encima del interés de la institución.

Eso sí, después de tan brillante labor destructiva, en junio de 2010, las dos del circuito de carreras dejaron el Centro convenientemente compensadas, y el otro pasó a no tener ninguna función concreta, manteniendo su estatus laboral al completo. Así premia la Conselleria de Sanitat la gestión ineficiente del dinero del contribuyente.

La salida de estas personas llegó después de una pseudo-revolución ilustrada, en la que determinados investigadores jefes se pusieron al frente para revelarse -decían- contra la ignorancia y la tiranía de los tres gestores entonces al mando, y construir así un Centro mejor, devolviéndole el poder a los científicos. Empezó entonces una etapa de conspiraciones, gobiernos paralelos, luchas mediáticas... que se prolongó unos seis meses y que, lejos de mejorar la situación del CIPF, sólo sirvió para empeorar su imagen, seguir descuidando la situación económica del Centro y para que alguno de los científicos al frente de esta revolución sacara provecho personal.

Para ponerle un parche a este desastre, la Conselleria de Sanitat nombró, con poderes ejecutivos, a un nuevo Responsable Científico y un nuevo Gerente, y escogió a una nueva Responsable de Administración. Esta vez, se trataba de personas más cualificadas y con más trayectoria, pero aterrizaban con los primeros recortes de la subvención de la Conselleria de Sanitat y les quedaba la difícil tarea de ajustarse a la nueva situación.

Sin embargo, el nuevo Responsable Científico no pareció entender así el encargo que había aceptado y se tomó el puesto como un hobby: sólo venía dos mañanas a la semana (algunas semanas estaba de viaje y ni aparecía por el Centro), porque tenía otras ocupaciones paralelas y lucrativas fuera del CIPF; se inventó un comité de científicos designados por él y en quienes escudarse, más preocupados por sus propios laboratorios que por el Centro; y lejos de afrontar la dura realidad económica que tenía enfrente y que afectaba a tantos puestos de trabajo, se dedicó a la práctica de un "buenismo" que ha sido destructivo para este Centro. Aparecía feliz por su despacho, siempre corriendo, ponía firmas atropelladamente y mostraba un vivir amable, sin esfuerzo ni sacrificio, preocupándose sólo de apaciguar superficialmente y hacer concesiones generosas (generalmente inasumibles o injustas) para evitar conflictos.

Este era, sin duda, el momento de establecer un liderazgo científico, capaz de sumar voluntades y de fijar objetivos de producción, que separase a los buenos de los malos investigadores... Pero, claramente, la persona escogida no dedicó el tiempo ni el interés suficientes para ello, obviando irresponsablemente todo el dinero público, proyectos de investigación y carreras profesionales que había en juego.

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